Los incendios forestales en la Patagonia han vuelto a golpear con fuerza este verano. Miles de hectáreas de bosques nativos han sido consumidas por las llamas en diferentes puntos del país, con focos activos en la Comarca Andina. En El Bolsón, la situación es crítica desde hace semanas, y en el terreno, enfrentando el fuego cara a cara, hay equipos de brigadistas que trabajan sin descanso para contener su avance.
Uno de ellos es Hernán Ñanco (26 años), combatiente del fuego desde hace ocho años y miembro de la Brigada Nacional Sur, una de las tres brigadas del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF). Su labor lo ha llevado a combatir incendios en casi todas las provincias del país, pero reconoce que la Patagonia presenta desafíos únicos:
“Lo más complejo es acá en el sur, más que nada por los espacios de interfase que existen”.
Los incendios de interfase son aquellos que se desarrollan en áreas de transición entre zonas urbanas y rurales o forestales, donde las viviendas y estructuras edilicias están intercaladas con la vegetación. Este tipo de incendios son especialmente peligrosos, ya que el fuego no solo consume bosques, sino que también pone en riesgo directo a las comunidades, dificultando su control y aumentando el impacto en la vida de las personas. El Bolsón es un claro ejemplo de esta situación, lo que hace que cada operativo de combate sea aún más delicado.

Vocación desde la infancia
Desde pequeño, Hernán, nacido y criado en El Bolsón, sintió admiración por el trabajo de los combatientes de incendios forestales. “Siempre veía los camiones amarillos y entendía que había una diferencia entre los bomberos urbanos y los brigadistas que trabajan exclusivamente en el bosque”, recuerda. Esa atracción infantil lo llevó a formarse en la disciplina, encontrando en el esfuerzo físico un desafío que reforzaba su vocación.
Hoy, tras años de experiencia, sabe que el trabajo tiene altos y bajos. Lo más gratificante es el impacto directo que pueden tener en el control del fuego.
“Muchas veces no logramos frenar un incendio por completo, pero sí podemos redirigirlo o minimizar su impacto. Es un trabajo que rara vez se gana del todo, pero en cada maniobra logramos proteger algo”.
Sin embargo, no todo es épica y adrenalina. El costo emocional de esta profesión es alto.
“Más allá de los daños físicos, que son obvios, el desgaste emocional es lo más difícil. Es complicado sostener vínculos. Tus hijos pueden tener miedo de lo que hacés, las parejas no siempre aguantan que nunca estés. No hay Año Nuevo, Navidad ni vacaciones como el resto de la gente. Es un trabajo que consume mucho”.

La dinámica del combate
En el incendio de El Bolsón, el equipo de 74 personas al que pertenece Hernán ha estado activo desde el 29 de diciembre. De ellos, 42 están en la primera línea de combate, incluyendo brigadistas, jefes de cuadrilla, choferes y responsables de logística.
Cada jornada comienza temprano. A las 6 de la mañana, los brigadistas desayunan, ya sea en la base o en los campamentos que montan cerca de los focos activos. A las 7 ya están desplegados en el terreno, trabajando en la apertura de cortafuegos, realizando ataques directos o estratégicos y monitoreando la evolución del incendio.
“Nuestro horario operativo va hasta las 17 o 18 horas, pero si hay riesgo de viviendas o es necesario cerrar una línea crítica, seguimos hasta que haga falta”.
Las condiciones son extremas: calor, humo, terrenos difíciles y largas horas de trabajo físico demandante. La naturaleza impredecible del fuego exige concentración total y trabajo en equipo. Durante las misiones más largas, los brigadistas montan campamentos en zonas estratégicas para reducir los tiempos de respuesta y mantenerse cerca del fuego. Allí duermen en carpas, cocinan con lo que tienen a disposición y descansan lo justo antes de volver a salir al terreno. La noche es su único momento de respiro, aunque muchas veces las horas de sueño se ven interrumpidas por cambios en el viento o reactivaciones de focos.
El lado humano de la tragedia
El fuego no sólo arrasa bosques. Arrasa vidas. Las pérdidas son incalculables: fauna que muere calcinada, ecosistemas destruidos, familias que lo pierden todo. La economía local también se ve gravemente afectada. El turismo, la actividad agrícola y la producción local sufren el impacto del fuego, que no solo quema árboles, sino fuentes de trabajo y medios de vida.
En medio de esta crisis, historias como la de Hernán ponen rostro al sacrificio detrás de cada hectárea quemada. Nos recuerdan que, más allá de los números, hay personas dejando todo para frenar la tragedia.
Mientras las llamas continúan avanzando en distintos puntos del país, la labor de brigadistas como Hernán es un testimonio del coraje y la dedicación de quienes enfrentan el fuego, muchas veces en condiciones precarias para proteger la vida y el entorno natural de la Patagonia.